Actúa la fotografía de una manera perversa sobre tu voluntad, de manera que te retira de otras aficiones como no pongas mucho empeño en mantenerlas: ese click tiene algo que acaricia las ideas de Freud y la rapidez con que ves (y mejoras) el resultado te convierte en una suerte de perro de Paulov donde la cámara de fotos hace, con mucha ventaja, las veces de la campanilla.

Pero ocurre que pronto te das cuenta de que la excelencia en el oficio te está vetada porque no tienes ojo de fotógrafo (privilegio de unos pocos) ni la destreza del artista o del artesano del software, así que abandonas las pretensiones de ser una figura de 1x.com y otras beldades y te dedicas a divertirte con lo que puedes, que eso sí que puedes.